Mi método de trabajo por un tiempo va a ser dejar que las cosas sucedan y que por fin se caigan. Nunca hay tiempo para que lo que no funciona se caiga, que ya está abrochado de alguna manera. Detener es igual a sostener, una variación de lo mismo. Dejar de pensar. Me salen palabras que no quiero decir, son como los junks del lenguaje. Eso mismo pasa con los lenguajes artísticos, el texto estereotipado, el sentido preseteado: los moldes de las sociedades de conciertos, las tradiciones instrumentales, los gesto musicales, las escrituras programadas, los comentarios, las escuchas a priori, la circulación de la música, el trino, el semitono. ¡Qué ladrillos! Lo que me aleja de las salas de concierto es el profundo aburrimiento. Siempre cuando algo recién empieza a perfilarse... ¡a la parrilla!. No. Hay que darle tiempo a las cosas, no para que aparezcan sino para que desaparezcan. Que se caigan antes de subirlas al podio. Estoy tranquila, acá, escondida en Alemania enseñando yoga. Me gusta Alemania, me gustaba de antes. Hay algo bonito que pasa con la enseñanza del yoga. Lo que le digo a los alumnos sale un poco de la nada, en el momento, como si lo dijera otro. Y me escucho desde afuera. Y lo uso para mí. Soy mi propia profesora, la primera sorprendida. Me gusta esta idea, porque además es verdad. No lo busco, ni siquiera me doy cuenta de que lo hago en el momento. Simplemente pasa. Nunca pensé que podría hacer algo así: dejarme ir y poder confiar en algo tan ajeno. Me miro en el espejo, en mayita, con casi cincuenta años, dando clases en alemán sin casi hablarlo. La vida me parece fabulosa y loca. Me alegra estar en este bote delirante. Es una vida mejor, no hay ninguna duda. Nunca me sentí tan cuerda. Y es ahí cuando decimos "eso es una paradoja". Y no lo es. Por lo general las "paradojas" son las reglas constantes si se presta un poco de atención.