19 febrero 2009

Bloque de mármol

Tengo que escribir una pieza para órgano y dos percusionistas. Nunca escribí para este instrumento antes y creo que el órgano es en sí mismo un mundo aparte dentro de los instrumentos musicales. Los compositores que escriben para órgano muchas veces son organistas y conocen muy bien el instrumento. Debo decir que para esta compositora profana el órgano es un bicho extraño.
Además de este instrumento nuevo en mi universo, lo raro de la situación es que “te pidan” que escribas algo (¿vos querías ser una compositora profesional?), cuando lo que yo siempre sostuve (y sigo sosteniendo) es que uno tiene una idea y el instrumental se desprende naturalmente de esa misma idea. Es diferente que se me haya ocurrido a mí escribir para órgano y dos percusionistas a que me lo pidan. Mi reacción inicial fue de incomodidad y me puse a pensar si no iba a ser cualquier cosa aceptar este trabajo (eso sí, bien pago). Me tomé dos días para pensarlo (eso sí, mi estrella de compositora quasi-desocupada siempre brillando en las peores circunstancias) y al final acepté.
Allá muy lejos y no hace tanto tiempo, en el año 1999, en Buenos Aires, estaba tomando clases particulares con Mariano Etkin y le comenté que tenía ganas de escribir una ópera de cámara, por supuesto sin ninguna comisión ni vistas a que fuera a ser tocada. Era medio un delirio pensado en términos prácticos, pero a mi la idea me apasionaba. Él me alentó. Tuvimos una conversación sobre las ventajas del tercer mundo en relación a la elección de los ensambles y combinaciones instrumentales y aquí estamos. Casi 10 años más tarde la ópera se convirtió en un life-term project con casi 90 minutos de música escrita, y estrenada (en partes) en diferentes circunstancias.

En Latinoamérica es más fácil soñar porque como las obras que uno escribe probablemente no se van a tocar en un futuro muy cercano, no se tiene la atadura de lo pragmático, y entonces, uno puede hacer lo que quiere. Es muy lindo. Sólo hay que tener paciencia y saber esperar que las obras se abran camino solas, si es su destino.

Carmelo Saitta, mi profesor de instrumentación en la percusión, decía que se puede establecer una analogía con la escultura en la manera de aproximarse al material musical. El habla de  dos maneras diferentes: una es crear una estructura en base a una idea previa con un material que permita la adición (ej. agregar cerámica), otra diferente es tallar un material con características fijas, como un bloque de mármol. En uno el movimiento es agregar, en el otro sacar. Las dimensiones del bloque de mármol, su color, su textura ya están dadas y hay que pulirlo. La cerámica permite ir armando la forma y la dimensión del objeto progresivamente.


En el caso de esta pieza para órgano y dos percusionistas, muchas de las características de la pieza están dadas a priori: combinación instrumental atípica, duración del trabajo, locación, distribución espacial (el órgano ubicado arriba y los instrumentos abajo, junto a la platea, plantean una distribución en el espacio muy relevante).

Cuando me propusieron este trabajo estaba de mal humor, pensando una serie de cosas que voy a omitir por prejuiciosas y aburridas. Ahora debo decir que estoy entusiasmada con el proceso y todas las variables que van apareciendo en el camino. Es como de alguna manera ponerse en los zapatos de otro...o en la pedalera. ¡A picar la piedra!

 

 

Nota a posteriori: 4/1/21

Con respecto devenir de la creación de mi ópera “La hija de la hechicera…” la lectura del proceso de adelante para atrás, es decir, leyendo el diario del lunes, es interesante.
La idea original de una ópera en términos tradicionales todavía no sucedió. El derrotero de esta ópera se dio de manera diferente. Comencé a escribir una acumulación de escenas basadas en la idea original del libreto de mi hermana, Luciana Arditto. Algunos grupos de estas escenas se tocaron en versión concierto, o en versión semi-concierto con puesta teatral, con diapositivas y bailarinas. Pude presentar 45 minutos en mi examen final en el conservatorio de Amsterdam, y organicé otra versión de 90 minutos en un festival en Amsterdam con semi-puesta. Algunas escenas se tocaron aisladas, como obras en sí mismas. Otras escenas han sido re versionadas y han originado otras obras nuevas. Si tuviera que organizar todo el material de este proyecto en una ópera más tradicional, implicaría reescrituras, selecciones y una recomposición general.
Lo interesante del proceso, es que del  propósito original, más estereotipado, se desprendió una masa de proyectos. No sólo una pieza compleja, como es una ópera, sino constelaciones de obras, con vida propia.
Mi reflexión a posteriori, es que de alguna manera, esta constelación de ideas asociadas tiene un correlato con la manera de pensar, con las conexiones cerebrales y sensibles que establecemos en los procesos creativos. Una obra raramente termina. Se perpetua en otra/s, de forma más literal o más elusiva.
Escribir música es un flujo constante, una actividad existencial que a veces tiene algunas doble barras aquí y allá para poder interactuar con la realidad. Nuestro pensamiento constantemente fluye y en ese devenir cercamos islas de sentido y las llamamos obras. Es una manera de darle forma a nuestra existencia, sino el flujo constante de ideas nos ahogaría en un eterno proceso sin forma.
Leyendo el pasado, puedo decir, que descartar un proyecto creativo por cuestiones prácticas, no sólo es desechar su posibilidad (¡nunca se sabe!) sino la posibilidad de otros armados, de otras constelaciones posibles.