02 enero 2025

El desinterés construido

 

 
Ensamble Fractura, Valparaíso, 2024. Distancia de rescate, versión para cuerdas.
El recorrido de las cuerdas dentro y fuera de los instrumentos crean relaciones entre las cosas en distintos planos: auditivos, visuales y espaciales.  
 

Pasé una temporada en Buenos Aires, donde pude ver bastante teatro. ¡Y en pocas palabras, puedo decir: la escena teatral en Buenos Aires es superlativa! La oferta es inmensa y variada, y el teatro under está en un apogeo continuo, cuya ruptura y, a la vez, permanencia, permiten la construcción de lenguajes variados, tan espontáneos como sólidos.

Vi Habitación Macbeth, de Pompeyo Audivert, en el Metropolitan (!); Los esclavos atraviesan la noche, de Ariel Farace; El sonido, de Javier Daulte. Luego me sumergí en el mundo virtual de reportajes que auto-discuten lenguajes y procesos: Federico León, Agustina Muñoz, Romina Paula, entre otros. Y Laura Citarella y Agustina Carri en el cine. Ópticas, todas ellas, cercanas a mi trabajo con mi teatro de la partitura.

Sobre el tedio

Me identifica esa manera transversal de contar con una enorme pretensión de lo mínimo. Ciertos teatros y cine de imágenes, atmósferas, espacios entre las cosas me crean la urgencia de, ya mismo, salir a componer una obra tras otra, hasta que la música se desintegre por completo en una bola de cosas que no son ni teatro, ni cine, ni literatura, ni sonido. Me interesa la solidificación de la cosa en el medio, transitoria y precaria como la vida misma (perdón, lo tenía que decir). La obra como una escenificación de lo que viene de algo y va a otro lado; aquello que no se sabe bien, pero que importa mucho, bamboleando en una deriva modesta: ni tan gloriosa ni tan perdida.

Estos devenires son, por esencia, un poco cansinos, como si el cotidiano y sus esperas se sintonizaran con un tratado de filosofía tan interesante como aburrido. Ese tedio controlado es un tedio creado artificialmente por el arte, ese arte que inventa la vida al darle un relato.

Sobre los relatos

En este relato del mundo las cosas se ordenan de una manera y no de otra... solo por ahora. El relato propone un orden deliberadamente modesto, que no está, ex profeso, del todo ordenado. Es una organización de la informalidad, o cómo simular una habitación un poco así nomás, con un desinterés construido, con ese rayo desprolijo de luz calculadísima y ese gesto espontáneo tan estudiado...

En estos mundos, lo que se construye simultáneamente con la narrativa es el mismo lenguaje. Un lenguaje que da cuenta de sí mismo, que mientras se está armando, explica cómo son las cosas o viceversa, ¡cómo saberlo! La luz, el gesto, la bata de raso y la silla caída en la escena son parte de la narración, pero a la vez son las letras de este nuevo alfabeto que narra. Y narra algo que por esencia está a medio cocer. Y ya. El eterno a medio hacer. De eso se trata. Nada del todo definido, porque no nos gusta.

Vivimos en la época de las narrativas fluctuantes, donde nada existe, sino el relato que da entidad al mundo, un relato precario, cambiante. Es el relatar lo que cohesiona al mundo, no el contenido de la narración, ni su veracidad o su lógica. Ni tampoco el mundo, que no existe. Es la misma fuerza de contar, lo que sea y como sea. El amasijo de relaciones complejas no permite afirmar nada. Solo podemos transcurrir esa maraña de asociaciones inventando un lenguaje y hablándolo. La función hace al órgano, un órgano que no termina de definirse.

Ciertos artes contemporáneos dan cuenta de estas verdades a medias. Y el arte, una vez más, refleja el mundo sin que lo sepamos todos los que estamos colgados de él.