Mi más intensa gimnasia minimalista se pone en marcha cada vez que tengo que presentar mi ciclo Musique Concrète. No es una gimnasia compositiva en término de escritura, ya que la obra tiene su doble barra, sino en términos de puesta: cómo se organizan los objetos en escena en cada circunstancia. Si bien las secciones del ciclo Musique Concrète son austeras en su estética, el conjunto de las partes conforma un entramado saturado.
El espacio de Musique Concrète no es el espacio escénico teatral sino el espacio de una instalación/concierto. Pensándolo en retrospectiva, veo que este ha sido también el espíritu de mis trabajos de cámara de los últimos diez años.
Link al proyecto Musique Concréte
Hay una diferencia entre lo teatral clásico y el espacio de tipo instalación. La cuarta pared del teatro, propone un espacio partido: los intérpretes están obligados a actuar en dos dimensiones y media. Los músicos, si bien son tridimensionales, siempre se ubican de coté, como en las comedias de la tele, donde un familión está sentado sumamente apretado en un sólo lado de la mesa para no tapar a la cámara que los filma.
La idea de un espacio conceptual más amplio, más tridimensional, me permite patear el tablero de la caja italiana y volver a ubicar los objetos en un un espacio que es de otra índole.
Mis obras no son instalaciones ni improvisaciones. Son eventos manifiestamente performativos, diseñados para ser producidos en vivo. Su cualidad performativa comparte un concepto de curaduría más cercano a las artes plásticas que a la idea de puesta teatral, que propone el espacio dramático del teatro. La música crea entonces un espacio diferente, en diálogo con estas dos ideas de espacio conocidos.