En mi obra Musique concrète, los objetos grabados encuentran sus fuentes en la vida real lo que abre una reflexión inmediata sobre la música escrita y la música grabada.
Pienso que una partitura representa todas las músicas posibles de una obra particular. Cuando se toca lo que está escrito, se produce una reducción de un conjunto vasto de posibilidades a una versión finita que es la versión presente, posible, la versión actual. Esto equivale a una transición brusca de lo posible a lo real (¡la física cuántica se estremece con un toque de alarma!)
La música grabada, en un sentido filosófico, siempre me ha parecido más concreta, porque fija sólo uno de los mundos posibles como definitivo. Aparte de los medioa de reproducción y del espacio, no hay versiones en la música para cinta. Hay oyentes, pero eso también abarca a la música escrita. Siempre me pareció más interesante el mundo de múltiples versiones que propone la escritura musical. Aunque debo reconocer que son dos cosas distintas y que tal vez no habría que compararlas y disfrutarlas por separado.
Volviendo a mi proyecto Musique concrète, intento efectuar un cruce entre los dos mundos, el virtual del intérprete/lector y el grabado/congelado. El ejercicio de salir y entrar sucesivamente de la grabación al mundo contingente resignifica los objetos fosilizados en la grabación: los objetos grabados encuentran sus fuentes en la vida real. No se sabe si lo que suena es lo pre-grabado o su duplicado en vivo, ambos en escena como dos instancias diferentes de una misma cosa.
El tiempo grabado nada en contrapunto con los acontecimientos presentes, que siempre se ahogan un poco.