La Alemania que veía (y amaba) desde la Argentina es mucho más interesante que la que me encuentro en la realidad. Encuentro a la Alemania real un país dogmático, donde todo intenta ser fuerte, efectivo, sólido. Y toda esa solidez no me parece más que un gran temor a enfrentarse con lo imprevisto, con lo desconocido, con las emociones y los chistes.
Con la música alemana pasa lo mismo. Está muy presente lo que está bien y lo que está mal: la obsesión por el libreto, por el preparativo exhaustivo, por el protocolo, por las intensidades excesivamente calculadas. Y claro, para quebrar el dogma hace falta un martillo bien grande. Partir las cosas en pedazos no hace más que confirmar lo rígido. O todo o nada. Rígido el cascote, rígido el martillo liberador.
Extraño la cosa cálida (aunque sea también una gran mentira) de los países latinos: la picardía, el chiste, vivir entre los pliegues de las cosas y no tan en la cosa en sí. Extraño la sorpresa, la ineficiencia y la tontería. Todo porque sí.